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lunes, 29 de agosto de 2011

Leyendas Canarias




En el currele, en los descansos que nos dan de media hora solemos leer el periódico, para entretenernos nos leemos incluso el horóscopo de cada uno, y este verano han escrito unos  artículos interesantes, yo soy canario de Gran Canaria,  y me gustan mucho los relatos, y estos artículos relatan epopeyas de las conquistas de nuestras islas, y me trae recuerdos esos largos días de instituto en los que un colega y yo  pasábamos las horas desarrollando a modo de cómic las historias de nuestros aborígenes, de sus batallas, historias que encontrábamos en libros, o escasa información en internet….incluso inventándonos leyendas que mas de uno llegó a creerse jejej, pero todo eso calló en el olvido o en alguna que otra libreta perdida entre los cajones, por lo que las colgaré para compartirlas, para que no pasen desapercibidas, espero que os llame la atención y os guste  un saludo.
Son relatos de  Carlos Platero, espero que no se cabree conmigo jejeje.
La batalla de Arucas y la muerte del gran caudillo Doramas




Verdeantes campos de arehucas. Días de sol luminoso, claro, sobre todo Tamaran. Montañas escarpadas, boscosas, al oeste y al sur. Al norte el mar azul, sereno.por el este vanguadas y barrancos recubiertos de frondosa vegetación…
Después de la sonada batalla desarrollada a la vera de Guiniguada y ganada para las armas de Castilla, es la primera cez que las huestes canaria y extranjera se enfrentan en su casi total de efectivos, ansiosas ambas de pelea.
Hace ya varias horas que, desde cerros opuestos, los dos ejércitos se contemplan esperando momento propicio para comenzar el combate que, bien saben, será la guerra sin cuartel, a muerte.
De pronto, un hombre solo se destaca del bando canario. Es muy viril, todavía joven, fornido y musculoso aunque no de aventajada estatura. Empuña en una mano dos o tres afiladas amodagas y al otro brazo la tarja o rodela  de madera de drago con una divisa pintada en blanco, negro y rojo, sobradamente conocida en todo Tamaran.
¡Es Doramas! El gran caudillo Doramas, general de los ejércitos isleños. Avanza Temerario, con paso firme, hasta el centro del espacio libre entre los que van a ser contendientes. Y calma a grandes voces:
-¡Castellanos! ¡Viles y traidores cristianos! Yo, Doramas, jefe de los ejércitos de mi pueblo, reto en combate singular a quien de todos vosotros se atreva a medir conmigo sus armas. Y propongo a quien de los dos venza, de su bando será la batalla.
Un confuso rumor, temor en el campo canario y de asombro y admiración en el castellano, acoge el desafío hecho por el bravo caudillo indígena, al ser traducidas sus palabras por los intérpretes.
Doramas insiste en su desafío:
-¡Cobardes cristianos que os decís caballeros! ¿Es que no hay entre todos vosotros quien presuma de valiente?
En las filas de los invasores, Pedro de Vera es informado por los intérpretes de quien es tan osado salvaje. Y se enfurece. Y quiere responder al reto saltando él personalmente a la palestra,  mas sus capitanes se lo impiden.
Doramas, en el centro del campo, continúa incitando:
-¿Es que no hay valientes entre vosotros? ¿Es que ya se acabó aquella furia del Guiniguada? ¡Venid pues todos a una, que soy canario!
El general Brama:
-Nunca dejé sin respuesta al deslenguado que arrojó a mis pies guante de desafío. Voy allá, por mil rayos.
Pero se adelantó uno de los jinetes que lo rodean.
-¡Iré yo, señor! Pláceme la locura del canario. ¡Yo daré cuenta de él!
-Bien, que así sea. Pero, por Dios Nuestro Señor juro que saltaré al palenque si ese hombre os hiciera algún daño. Id allá Juan de hoces y que vuestro noble y fuerte brazo sepa castigar al osado.
Arranca a caballo el castellano. Doramas, con una sonrisa de frío odio y desprecio en el semblante, lo aguarda a pie firme. Cuando lo tiene lo suficientemente cerca, en ágil y rápido movimiento le arroja una de sus amodagas con tal acierto que su punta endurecida al fuego traspasa la rodela, la cota defensiva y el corazón del caballero cristiano.
Visto el lance por Pedro de Vera, sin aguardar a más razones, se baja la celada del casco, requiere su pica, apresta la rodela y, clavando espuelas a su montura, se lanza a campo abierto, siendo al instante imitado por todos los suyos que ya aguardaban impacientes la ocasión. Los canarios hacen lo propio y la batalla, encarnizada, se generaliza.
Doramas, valiente, temerario, aguarda la avalancha de los enardecidos castellanos, oyendo a sus espaldas a los canarios que abandonan sus trincheras y atacan a su vez, gritando excitados. Con su espada de tea, de un solo tajo cercena una pierna al primer enemigo que se le enfrenta y aún abate a dos o tres más que, ansiosos de darle muerte, lo atacan. No pierde de vista al general de los castellanos que avanza entre sus tropas, buscándole afanoso. Cuando al cabo de un buen rato de pelea lo tiene cerca, una amodaga bien dirigida por su ágil brazo traspasa la rodela del Vera rasguñándolo en un hombro.
Pedro de Vera está furioso, se ha jurado a sí mismo matar a Doramas, cortarle la lengua y la cabeza y llevarlas como trofeo al Real de Las Tres Palmas, en lo alto de cuyas almenas las colocará como aviso y escarmiento.
Por fin el general divisa a uno de sus soldados que, por detrás asusta un fuerte golpe en una de sus poderosas piernas del héroe canario, haciéndolo tambalearse a causa de la embestida. Rápido como el rayo, alarga Pedro de Vera su Pica, traspasándolo con el ademán el noble pecho. Doramas, malherido, cae en tierra lanzando un gran grito que resuena como potente clarín en medio de la refriega:
-¡Muerto soy! ¡Y no me matas tú, maldito castellano, sino el traidor que me atacó por la espalda!
La pelea está en su apogeo, pero los canarios, al percatarse de la caída de su caudillo, pierden ánimo y son muchos los que espantados, huyen dando lamentos a las cercanas montañas. Otros, también desalentados, deponen prontamente las armas y se entregan para poder acompañar a sus últimos momentos al que desfallece en un gran charco de sangre.

La victoria termina siendo aplastante para los castellanos.
Dispone Pedro de Vera sea trasladado al Real de Las Palmas el moribundo regente de Telde. Y canarios de los más famosos, llorando, son los que, amorosa y cuidadosamente lo transportan. Pero Doramas no llegará con vida al cuartel Castellano. En la cueste de Arucas, entre suspiros y estertores de agonía pide agua y con tal motivo se detiene la comitiva. Le dan agua y aun, los cristianos le bautizan de socorro, siendo su padrino el mismo Pedro de Vera, expirando el canario a los pocos minutos.
Y así muere el héroe, el caudillo, el último de los canarios célebres, con el nombre de Tamaran, la isla que tanto amó y por la cual luchó constantemente, en los labios.
La patria, cuyo gobierno usurpó para mejor defenderla y mantenerla unida y por la cual sacrificó su vida, lo llorará por siempre amargamente y su nombre subirá hasta quedar inscrito en el alto Libro de la Inmortalidad.
En la cuesta de Arucas, queda solo un sencillo sepulcro orlado de cerco de piedras con una cruz toscamente construida, en medio.
Algunos cronistas, al facilitar estas noticias, indican que el cuerpo fue decapitado y la cabeza de Doramas fue clavada en una pica y llevada en triunfo al Real de Las tres Palmas.
La famosa y sonada batalla de Arucas, en la cual halló la muerte el adalid Doramas, fue uno de los mas demoledores golpes, sobre todo en lo moral, asestado a la libertad de siglos de los habitantes de la isla de Gran Canaria. Allí, al lograr aplastante victoria, las armas castellanas demostraron una vez más y dejaron ya para el futuro bien asentada su supremacía.

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